LUISA. TESEO. Fotografía Paz Mateos

Cuando voy al trabajo, para distraer el tedio y alejar de mí los pensamientos trascendentes o las angustias de cada día, suelo observar el comportamiento de la gente. Para este experimento prefiero mujeres antes que hombres y es que les miro a los ojos de forma tenaz, casi impertinente. Claro este comportamiento con los varones puede ser causa de equívocos peligrosos. Con las mujeres suelo recolectar indiferencia la mayoría de las veces, también puede caer alguna sonrisa de propina o algún gesto airado de desprecio. El caso es que me gusta extraer del gesto de la observada algún hilo que me lleve al ovillo de sus circunstancias vitales: si están enamoradas, que pasta manifiestan en su carácter e incluso su profesión.
El otro día, aguardaba la llegada del tren paseando por el andén de la estación, dedicado a estos análisis psicológicos cuando inesperadamente me topé con una mirada familiar. Era Luisa, mi antigua compañera de Facultad. La encontré llamativa, siempre lo fue, con un poso plenitud o de sazón que enmarcaba en unas prendas juveniles, casi infantiles.
En cuanto me vio se vino hasta mí y no se conformó con saludarme alegremente, sino que me estampó dos sonoros besos en las mejillas al tiempo que me estrujaba entre sus brazos. Un poco azorado me interesé por los pormenores de su vida, hacía años que no nos veíamos, aunque hasta mi habían llegado algunos retazos de su existencia. Ya en el tren se lanzó a contarme, en una parrafada interminable, ausente de puntos, de comas y de espacios en blanco las novedades de los últimos años. Como ráfagas de ametralladora llegaban hasta mis oídos, las menudencias de su profesión, sus aficiones, sus hijos, su familia. Yo escuchaba asombrado aquel chaparrón verbal, intrigado por la técnica que utilizaba para respirar en esa charla sin pausa. Es cierto que en ocasiones indagaba sobre mi vida, pero no es menos cierto que ella misma daba respuesta a sus preguntas. El viaje, que dura 30 minutos se me hizo un poco largo. A penas tuve sosiego mental para digerir tanta palabrería. Además esta situación me ofrecía en bandeja las especulaciones que yo trataba de obtener en mis observaciones. Allí estaba su vida y circunstancias puestas a mi disposición. Noté que me habló de todo menos de su divorcio, que al parecer fue muy sonado, ello unido a su despampanante presencia me hizo concluir que Luisa estaba de nuevo en el mercado sentimental.
Al llegar a Madrid me propuso que tomáramos juntos un café. Rehusé con una disculpa banal, más que nada, por temor a que quién se desnudaba anímicamente con tanta facilidad, también lo hiciera físicamente.

Esta entrada fue publicada en historias del tren. Guarda el enlace permanente.