Seleccionados

Ya tenemos los cinco textos seleccionados.

Solo recordaros que, si logramos finalizar el proyecto entero, estos cinco textos se imprimirán en forma de tarjetones  y se repartirán por toda Zamora, pero todos los textos que se han enviado a este blog ( y los que se sigan enviando) se imprimirán en papel de colores y se soltarán desde lo alto de una grúa.

Todo esto, si logramos colaboración económica. Jeje.

Mil gracias y mil más a todos los que habéis colaborado en este proyecto. Ojalá podamos llevarlo hasta el final, pero con haber llegado hasta aquí, ya nos damos por contentos.

 

 

A VECES . Javier Peñas Navarro

 

llegan trenes

como una tormenta no esperada

y llueven recuerdos de maletas

antiguas

y alguien viene a abrazarte

con las manos llenas

de tierras olorosas de antes

y volvemos a casa mirándolo todo

con ese frescor que dan las violetas

con esas pupilas que prestan los viajes…

 

 

 

AKOGA, LA TRAVIESA. Teseo

 

Por todo esto, viajero que me contemplas, tú que me plantaste con tu mano y puedes llamarme hijo, o que me has contemplado tantas veces, mírame bien, pero ….. no me hagas daño.»Rabindranath Tagore.
Y bien que me dolió, sobre todo separarme de mi bosque, de mi selva querida, en la que crecí con ímpetu feraz. Desde Guinea Ecuatorial supe que nos trasladaban a Europa. Surqué caminos de tierra y conocí esa selva azul que llaman mar. Haciendo honor a mi origen soy morena, casi negra, es difícil doblegarme y soy resistente hasta la extenuación. La fortaleza de mi carácter se plegó a mi ensoñación, pretendía convertir en dicha lo que era quebranto. Soñaba con ser puerta palaciega, marco de pintura famosa y sobre todo, violín, la ventura de ser caja resonante de deliciosas sinfonías.
En Soria me trocearon y luego pasé a formar parte de una línea de ferrocarril. Dadas mis características estoy ubicada en el comienzo de un puente metálico. Soporto con firmeza los carriles de acero y disfruto con el paso de los trenes, es especial el expreso, tan veloz, tan rítmico, tan elegante…

 

 

El ritual. PEPA PÉREZ SEMPERE

 

Siete de la mañana, el tren va haciendo su recorrido hacia mi lugar de destino. Para, se abren las puertas, nadie baja, suben pasajeros, en cada estación más pasajeros. Yo dormito, todavía no he logrado despertar al cien por cien, miro sin mirar y en una de esas miradas la veo.

No sé ni cuando ha subido, ni en que estación, ni siquiera si hace mucho rato que está frente a mi. Es joven, delgada, con el pelo largo, bolso grande y una bolsa pequeña en la que guarda su pequeño ordenador, todo muy moderno. Un leve gesto llama mi atención, se ajusta un anillo en su dedo corazón, es un anillo importante, quizás de compromiso, la piedra de su parte superior estaba un poco ladeada, la coloca bien a la vista, que todos sepan de su condición.

Y es entonces cuando empieza el ritual, saca una bolsita, se la coloca sobre las piernas y de ella emerge un pincel y una cajita todavía más pequeña. Son sus movimientos y todo el proceso lo que consigue mantener mi atención. Utiliza el pincel para empezar a pintar sus párpados, pincelada a pincelada el color carne va cambiando a un gris plateado, no demasiado exagerado, y esos movimientos, izquierda-derecha, derecha-izquierda, me hipnotizan. ¡Mira! Te has dejado una pequeña porción sin pintar. Rectifica, recubre, el diminuto espejo marca sus pasos.

Un ojo, ahora el otro, ya está. Pero no, el ritual continúa, ahora saca un lápiz de color negro. ¡Claro, pienso, toca el perfil del ojo! Pues no, después de perfilar el parpado por la parte de las pestañas, guarda el lápiz y saca otro pincel, mucho más largo que el anterior, y esparce el color negro por la parte baja del párpado y por la zona izquierda. Un toque de misterio. El pincel se mueve, despacio, con cuidado, ¡ay!, que dolor, las cerdas finas del pincel han penetrado en su ojo. Falsa alarma, sólo ha sido un pequeño percance. Continúa. Se mira en el espejo, está satisfecha del resultado.

Otro lápiz, esta vez más pequeño, también negro. Ahora toca perfilar la parte inferior del ojo. El proceso es más lento, menos hipnótico. Mi atención decrece, pero un ligero movimiento hace que recupere mi curiosidad. ¡Otro pincel! ¿Y esta vez, para que?, ¡Claro, el colorete! Es un movimiento mucho más sincrónico que los anteriores, derecha-izquierda, arriba-abajo, repetitivo. Ahora una mejilla, después la otra, la frente, la nariz, la barbilla y un poco por el cuello.

Veo el resultado y pienso que hay que tener mucha práctica y paciencia para realizar todo el proceso sin salirse del contorno, entre el vaivén del tren, las paradas y las arrancadas del convoy yo ya me habría sacado un ojo y mis mejillas se asemejarían a las de una meretriz de segunda.

Un lápiz más, ¡quizás sea el último! Faltan los labios. El carboncillo de color va perfilando el labio superior, ahora el inferior, y vuelta a empezar. El color se expande por el labio superior, y ahora por el inferior, pero no en su totalidad, el rojo cobrizo sólo cubre la mitad de cada labio. Se mira en el espejo, guarda el lápiz, mete la mano en el bolsillo del abrigo y saca un pintalabios. Tiene que finalizar su obra, acaba de pintar los labios, fascinante, los dos colores son del mismo tono.

Una última mirada en el mini espejo le devuelve su imagen recién restaurada. Resultado satisfactorio. Justo a tiempo. El tren entra en la estación en la que se apeará, también es la mía. Guarda los utensilios de pintura en su bolso, se pone la bufanda, coge el bolso y la mini bolsa con el ordenador, hecha con la misma tela que el largo abrigo que la envuelve, y se levanta.

Nos bajamos del tren, la sigo con la mirada, ya no hay movimientos harmoniosos y lentos, todo en ella se vuelve rápido, la pierdo. Quería agradecerle el entretenimiento. Mi cerebro está totalmente despierto, ya puedo empezar el día con normalidad.

 

 

 

Vías muertas. FRANCISCO RODRÍGUEZ CRIADO

 

Lo peor llegó con la crisis del 93. Me levantaba a primera hora para comprar el Segundamano, y acto seguido regresaba a casa para rotular en círculos (como si fueran bocadillos de cómic) las ofertas laborales a las que podría optar alguien como yo: trabajos no cualificados y por tanto mal pagados. El siguiente paso era hacer las llamadas telefónicas. Con suerte, después de quince o veinte llamadas conseguía concertar cita para una entrevista. Salía precipitadamente de casa y me dirigía, primero en autobús y después en metro, a la jungla urbana. Era la crisis del 93, digo, y la gente había tomado las calles. Recuerdo una cola en Goya que daba la vuelta a la manzana. Desalentador, sí, pero al menos podías conversar con gente que también estaba en las últimas, compartir tus miserias durante un par de horas hasta que llegaba el momento del examen: “¿Tienes experiencia?”. “Nombre y teléfono”. “Ya te llamaremos”.
Y luego, la vuelta al hogar. El metro, el autobús, el cansancio. Ruth y yo vivíamos a 15 kms. de Conde de Casal, en un pequeño piso frente a las vías muertas de un viejo y solitario tren de mercancías. “¿Has encontrado trabajo?… Pues a ver cómo pagamos las facturas”. Para olvidar los problemas, al caer el sol me iba con Zar, nuestro cocker, a dar un paseo junto a las vías. Era la mejor hora del día: yo le lanzaba piedras que él me devolvía con gesto triunfal. Entonces me daba por pensar que alguna de aquellas noches vendría un tren fantasma y Zar y yo subiríamos a él para hacer un viaje sin retorno a un mundo mejor. Pero ese tren nunca vino y yo seguí comprando el Segundamano.

 

 

 

El tren. ESTELA DEL CARMEN MIJANGOS REYES

 

Una, dos, tres, parece que no acabaran; once, doce, no me imagino cómo se sentirán a plena luz del día; cuarenta, cincuenta, sesenta… sesenta y tres cabezas de inmigrantes latinoamericanos sobre el techo del tren que va pasando esta noche por el Istmo de Tehuantepec, en México. Van por tren porque ahí se sienten protegidos, porque ahí no los pueden atrapar, porque así creen que llegarán mejor a su destino.

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